sábado, 21 de mayo de 2011

Tengo un sueño

Acabo de llegar de Plaza de la Encarnación en Sevilla, que como todas las plazas de España, este maravilloso 20 de Mayo, están representadas por el pueblo y para el pueblo.

Mayo, mes para gritar bien alto, mes de revoluciones.
Mayo, mes que huele a pueblo y a cantos de verdades.
Mayo volverá a ser la bandera de nuestras libertades.

La plaza es un hervidero. Niños: de la mano de sus padres; mayores: “Me llamo Paquita, tengo 75 años y ahora mismo voy a casa a por un colchón”; jóvenes: buscando un aliciente por el que sentirse vivo después de tanto paro y tristeza; y otra vez jóvenes: dando ilusión, porque en los últimos días, hemos creada en demasía.

Esto, y no lo que nos cuentan los políticos el día de votación, es la verdadera fiesta de la Democracia.
El trayecto de vuelta ha sido el camino de la reflexión. Pensar en los que se quedan acampados, siguiendo la manifestación aun sabiendo que están prohibidas, pero quién puede prohibir al pueblo cuando éste habla. Pensar en lo que puede llegar a hacer esta marea (que lo único por lo que se asemeja a una oleada es por la cantidad de gente, porque en organización, son el mejor de los ejércitos) me ruboriza de solo imaginarlo. Pero inevitablemente la reflexión se transforma en miedo, en temor. El mismo que me provoca la idea de que el movimiento revolucionario, esta spanish revolution, se apague con el tiempo.
Una y otra vez se repite en mis oídos la consigna: esto es solo el principio, después del lunes seguiremos luchando. Y así debe ser, justo ahora es cuando el pueblo, envalentonado, no tiene lidia posible porque es imposible encontrar contrincante que se atreva. Es ahora cuando el empuje de la nación tiene que hacerse notar y escalar hasta las cúpulas desde las que … sí … ¿no os dais cuenta?... desde las que ya se huele el miedo.

Es anticonstitucional prohibir manifestarse. Si lo hacen es porque tienen miedo, el mismo miedo que nosotros perdimos hace tiempo.
La Junta Central Electoral no quiere que el pueblo se manifieste el sábado de reflexión, porque puede influir en el voto. Pero, el voto es del pueblo, y el que se manifiesta es el pueblo. Entonces, ¿quién es el influenciado, el influenciable y el influyente? Son las mismas personas. Es como prohibir que una persona pueda pensar para sí misma, o si lo prefieren para que el ejemplo sea más sencillo, es como prohibir que una persona se hable al espejo.

Aún se me eriza la piel cuando recuerdo los gritos de “El pueblo unido jamás será vencido” o el “No, no, no nos moverán”. Es una utopía ver tanta gente de acuerdo en cuestiones políticas, es una alegría ver como todos gritan al unísono por lo mismo e indescriptible cuando uno de los miembros de la organización nos enseña la pantalla de ordenador donde se puede apreciar todas las manifestaciones que están sucediendo en el mundo en ese preciso momento. Desde Alaska hasta el Oriente más lejano, pasando por TODA Europa, África y gran parte de Latinoamérica.

Si me permitís, quiero parafrasear a un gran luchador de los derechos civiles que dijo una vez: “Tengo un sueño”.

El sueño que tengo, es quizás más sencillo y menos turbulento que el que él inició, pero como toda gran meta deseada, está llena de esfuerzo, de paciencia y de tesón.
Tengo el sueño de una sociedad que se escuche por lo que son y no por lo que aparentan, una sociedad que pueda decidir su futuro por ellos mismo, sin omisiones ni medias tintas. Tengo el sueño de que acabe esa clase política, que deje de especular y llenarse los bolsillos acosta de la desesperación y la deshonra del pueblo, y conseguir a unos representantes de verdad, que tengan que dar cuenta a su pueblo, como el soberano que es, y no marionetas de unos cuantos peces gordos.

Tengo el sueño de despertarme una mañana y ver a un pueblo contento con sus gobernantes, sin miedo, sino con confianza. Conseguir una verdad que rebase a la prensa, al estado y a los partidos políticos. Quiero creer en esa sociedad que nos pertenece y quiero ser parte de ella.

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